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Decidió
entrar al ejército porque no tenía otra salida. Era eso o dedicarse a vender
seguros por la mínima comisión. Su mamá murió de un cáncer muy joven, cuando
tenía 32 años. Él con 14 debió quedarse con una de sus tías, que lo recibieron
con mucho amor, pero recursos escasos como para pagarle una carrera en una universidad.
Así que, entre las lágrimas de su tía Ana, se enlistó apenas terminó el
bachillerato. Ella, por ser una mujer mayor sufría de angustia hasta por
respirar. Él solo esperaba no matarla de la angustia, así
que trataba de escribirle cartas semanales. Escribía historias que eran casi
todas mentiras, todo, con tal de sacarle una sonrisa a la vieja que le dio todo
su amor, para que superara la muerte de su mamá sin mayores traumas.
Santiago
era un hombre de mujeres. Su padre huyó ante el primer indicio de
responsabilidad. Eran muy jóvenes, e idealistas. Creían que el amor lo podía
todo. Y resulta que no. Ella tenía 18 y él 20. Un día se fue, le dejó una nota
que decía “Lo siento, no puedo con esto”.
Nunca más lo volvió a ver. Así que Santiago creció entre libros, clases y
niñeras improvisadas entre las amigas de su mamá. Ella logró de graduarse de
lingüista y el quería ser maestro de literatura.
Su madre
murió y no volvió a leer nada. Se volvió huraño y solo tenía una amiga,
Phillipa, que en esa dinámica adolescente entre niños y niñas, insistió tanto
en que Santiago debía hablar con ella, que lo logró. El éxito de esa amistad
fue que ella hablaba mucho y él solo ponía la oreja.
Volvió a
escribir por cuenta de la angustia de su tía Ana.. Al comienzo las cartas lo
entretenían y lo ayudaban a entretenerse durante los primeros tres años en la
milicia. Luego murió y no le quedó nadie, así que se enfocó en su carrera
militar. Lo sacaron de las fronteras, atraído por la oportunidad de ser
investigador, y aunque el trabajo es menos interesante de lo que suena, y las
posibilidades de destacarse son absolutamente nulas, la felicidad entró por la
puerta de atrás, en forma de mujer y dispuesta a enamorarse.
Lástima
que se convirtió en desastre.
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