Se quedó sola en su casa cuando Santiago le informó que debía pasar por
la Colmena. Había una reunión informativa. Le pareció perfecto. Quería estar sola
en compañía de su alma cuando abriera la caja. Olía a viejo. Como huelen las abuelas, pensó. Encontró
en su interior una serie de hojas dobladas y amarradas con cintas de diferentes
colores. Azul, verde, violeta, rojo, morado, rosado, blanco. Nada de naranja,
ni amarillo. Su mamá sabía que detestaba esos colores.
Hizo caso. Agarró la primera nota.
Amada hija. Si estás leyendo esto es porque es
inevitable. Y tus tías no lograron mantenerte a raya. Espero de antemano me
perdones por cualquier cosa que encuentres aquí y que pueda hacerte daño.
Siempre pensé en tu bienestar, en nadie más. Mi amor por ti no tiene igual y
quiero que por nada del mundo dudes que es a ti lo que más adoro en este mundo.
Si decides no continuar. Quema el contenido de esta
caja y olvida todo lo que has podido construir en tu cabeza. Al final siempre
fuimos tú y yo contra el mundo. Y lo logramos.
Con todo el amor del mundo. Antonia, tu
mami.
Suspiro.
Lágrimas.
Hubiera preferido tener esta conversación con su mamá, no leerlo de un
papel. Dudó por un instante en continuar. Pero ya estando en este punto, dar
vuelta atrás sería imperdonable para ella.
Agente
Wills.
Sí señor.
Necesitamos
que lidere un comando de 20 hombres hacia la plaza central. Necesitamos saber
qué se dice, qué está pasando, qué respira la gente apostada ahí.
Sí señor.
Va a haber
equipos por toda la ciudad. Necesitamos desactivar las manifestaciones lo antes
posible.
No tenía
tiempo de avisarle a Sofía. Le envió un mensaje.
Ninguna
respuesta.
Tocó el bolsillo interior de su chaqueta. Respiró hondo y tomó el
control de su equipo. Revisó la información de inteligencia, impartió órdenes,
miró planos. Nada bueno podría salir de esto. Dio gracias al cielo porque Sofía
no estaba inmiscuida con los revoltosos. Pensó en Mariana.
Amor. Me toca ir a la Plaza Central.
Creo que va a haber problemas. Saca a Mariana de ahí.
Ninguna respuesta.
Resignado, salió a cumplir sus labores. En el fondo, extrañaba estar en
terreno. La adrenalina se le subió a la cabeza. Asumió su rol sin ninguna
dificultad.
Las visitas en la clínica terminaban a las 5 de la tarde. Le pidió a su
jefe de seguridad que lo sacaran sin que nadie lo notara. Boris, me ausento una
hora. Que nadie me moleste. Sí, señor.
Si él era el Presidente, debería poder hacer lo que
su corazón le dictara.
La segunda carta era la explicación de una fiducia que estaba consignada
a su nombre y que ella no sabía que existía. Decía Antonia en la nota que usara
ese dinero para lo que ella quisiera. Que era de ella y solo de ella.
El cheque inicial de la fiducia llegó tiempo
después de una conversación con la que hoy sería tu abuela materna. Me
convenció que lo mejor para todos es que yo desapareciera. Volví a la costa con
mis hermanas. Ellas lo entendieron. Yo quería tener el bebé, así fuera sola.
Todo el dinero enviado por esa familia, reposa en esa cuenta. No usé un solo
peso de eso. Te pertenece. Dispón de él, como mejor te parezca. Es tu derecho.
Los ánimos en la plaza estaban tensionados. No había mayor actividad, pero
un halo de nervios se sentía en el ambiente. Algunos aseguraban que en la noche
iba a llegar un grupo grande de personas de todo el país. Lo habían llamado ‘la
noche de las antorchas’. Pero los motivos o el mensaje a enviar no era muy
claro. Santiago vio a Mariana a lo lejos. Al lado de la estatua. Tranquila,
hablando con un grupo de personas. Supuso que Sofía no había recibido su
mensaje.
La tomó de las manos.
Lo siento, Antonia. No tenía la menor
idea hasta hace poco. De haberlo sabido en su momento hubiera tirado todo por
la borda y me hubiera quedado contigo.
Lloró por un largo rato.
Sé que no me entiendes nada de lo que
estoy diciendo, pero necesitaba venir a pedirte perdón. No puedo seguir
viviendo con este dolor que me carcome. Nunca dejé de amarte. Pensé que tú sí
lo habías hecho, que me habías olvidado. Hoy comprendo que no. Que todo fue un
montaje, un montaje para hacerme el duro, para llegar a donde estoy ahora.
Perdón, Perdón. Mil veces perdón.
Por una esquina de la Plaza comenzaron a ingresar jóvenes, con antorchas
en la mano. Gritaban frases de liberación, por los derechos. El tono era
agresivo. Santiago dio la orden a sus oficiales de que se dispersaran entre la
multitud. Que prestaran atención a los nuevos que habían llegado. Él Se dirigió
al centro.
En directo, los noticieros transmitieron la llegada de las antorchas a
la Plaza. Previeron disturbios. El Ejército redobló la presencia de
uniformados. Esa es la oposición radical,
dijo uno de los oficiales a cargo de Santiago. Ellos nos amenazaron, aseguró otro. Por el intercomunicador
Santiago dio la orden de que se retiraran sin ser notados.
La tercera carta, la del lazo violeta. Un recuento de su infancia. Era
demasiado tierno como su madre atesoró todos sus recuerdos. Era inevitable
llorar sin reír al mismo tiempo. Era evidente que su madre la adoraba.
Agradeció al cielo por eso. Al final de la historia había sido feliz todos
estos años. Se había acostumbrado al hueco en el corazón, pero no había sido
determinante para su vida. Se sintió triste por la enfermedad de su mamá. La
cuarta carta, una foto de ella muy joven con un chico que le resultaba
familiar. Sonreían. Por detrás una nota manuscrita. La única foto que conservo de tu padre.
La observó
por largo rato. ¿Quién eres?
Un grito de una mujer ensordeció la Plaza Central. ¡Está Muerto! ¡Está
Muerto! Un hombre yacía apuñalado en una de las esquinas. El miedo se apoderó
de la multitud. Santiago se regresó, Sofía no le perdonaría el haber dejado a
Mariana sola en medio de ese desastre. Se abrió paso entre la multitud. Otro
grito. ¡Está muerto! ¡Está Muerto! Confusión.
Uno a uno fueron cayendo los agentes a cargo de Santiago. Nadie
alcanzaba a ver entre la multitud a los atacantes.
Todo ocurría demasiado rápido. Los medios
comenzaron a hablar de masacre en la Plaza.
Por un instante le pareció que lo reconoció. Cariñosamente le acarició
el rostro.
¿Antonia,
dónde te has ido? Sonrió. Eso era lo que más le gustaba de ella. Apretó su mano
y ella respondió.
¿Gabriel?
La abrazó con fuerza. Como si el mundo se acabara en ese preciso instante. Sí,
Antonia…
Te amo.
Yo también
te amo, preciosa, perdóname.
Yo no
tengo nada que perdonarte.
Su mirada se desvaneció en la nada. La había
perdido de nuevo.
Quinta carta, lazo rosado. Un recorte de periódico. Gabriel Alarcón,
nuevo Presidente. A mano, con lapicero rojo:
Te presento a tu padre, querida Sofía.
Todo cobró sentido. El seguimiento, el interés por su vida. Todo. No lo
podía creer. Necesitaba aire. Caminó por la sala de su casa con los ojos llenos
de lágrimas. Estaba llena de preguntas, la principal. ¿Él lo supo siempre?
¿Desde cuándo? Y lo peor, es que su madre no podría resolverlas en persona,
deseaba que una carta explicara todo. De lo contrario sería él mismo el
encargado de hacerlo. Dejó de pensar claramente. Necesitaba más aire.
Había perdido la noción del tiempo. Miró su celular, y estaba sin
batería. Lo conectó. No entendía por qué con tantos avances tecnológicos la
duración de la batería continuaba siendo un problema, y peor aún, por qué tenía
que esperar un rato no tan corto, hasta que el teléfono volviera en sí.
Retomó la lectura. Quedaba una carta.
Sofía: Si ya llegaste hasta aquí, ya debes saber
quién es tu padre. Por favor, no lo odies. Gabriel es una víctima de su
familia. Nació para ser Presidente, ese era su destino. Él es un buen hombre.
No sabe que tú existes. Yo hui. Hui porque no quería arruinarlo. Porque un
hijo, tan joven truncaría su carrera. Yo entendía que a veces es necesario
hacer sacrificios por un motivo más grande. Espero no haberte hecho mucho daño.
No sé si debas buscarlo. Eso solo te lo dirá tu corazón. Como siempre, en el
momento preciso sabrás qué hacer.
Señor.
Debemos volver.
¿Qué pasó?
Masacre en
la Plaza.
Continúa acá!! (ojo ya casi viene el final)
��OMG!�� OMG!�� OMG!��
ResponderEliminarEsto no puede estar pasandooo...!!!
Att: M.G. =')